Una celebración que da vida a los muertos
Written by SARAH BYRNE BAUTISTA
Cada otoño, cuando el aire se enfría y las flores de cempasúchil florecen, las familias de todo México comienzan a prepararse para el Día de los Muertos. Son unos días en los que la muerte no se teme ni se esconde: se abraza, se recuerda y se celebra. Durante unos pocos días al año, la línea entre los vivos y los muertos se difumina, y las familias se reúnen con sus seres queridos que han partido.
Dónde comenzó todo
Las raíces del Día de los Muertos se remontan a miles de años atrás, mucho antes de la llegada de los españoles a América. Las civilizaciones antiguas como los aztecas, mayas y toltecas creían que la muerte era solo otra parte del ciclo de la vida, no algo por lo que entristecerse, sino algo que debía honrarse. Celebraban festivales para recordar a los difuntos, ofreciendo comida, flores y regalos a los espíritus que, según creían, regresaban para una visita.
Cuando los conquistadores españoles trajeron el catolicismo a México en el siglo XVI, estas creencias indígenas se mezclaron con las tradiciones cristianas del Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos. Con el tiempo, ambas se fusionaron en lo que hoy conocemos como el Día de los Muertos —una festividad que refleja tanto las raíces indígenas de México como sus influencias católicas.
Cómo se celebra
Hoy en día, el Día de los Muertos se celebra del 31 de octubre al 2 de noviembre. Las familias construyen ofrendas o altares en sus hogares, escuelas o cementerios. Estos altares se llenan de fotografías, velas, calaveras de azúcar, flores de cempasúchil, papel picado y los platillos o bebidas favoritos de los difuntos. Cada elemento del altar tiene un propósito: las flores de cempasúchil guían a los espíritus con su color y aroma brillantes, las velas iluminan su camino, y la comida da la bienvenida a los seres queridos que regresan al mundo de los vivos.
El 1 de noviembre se dedica a los espíritus de los niños, mientras que el 2 de noviembre honra a los adultos. Muchas familias pasan estos días en los cementerios, limpiando tumbas, dejando ofrendas, tocando música y compartiendo historias. En lugar de un ambiente triste, se escucha risa, se ven decoraciones coloridas y se percibe el dulce aroma del pan de muerto, un pan azucarado que se hornea especialmente para la ocasión.
Una festividad llena de corazón
Más allá de México, el Día de los Muertos se ha extendido por todo el mundo —no como un recordatorio triste de la muerte, sino como una celebración de la conexión—. Se trata de recordar de dónde venimos y de mantener vivas esas memorias. Más que nada, esta festividad nos recuerda que el amor no desaparece cuando alguien muere. Vive en las historias que contamos, en las tradiciones que mantenemos y en las velas que encendemos cada noviembre.

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